El lunes fue el día de la Privacidad del Dato, pero hoy ya es miércoles. De vuelta a la normalidad. Nos volveremos a acordar del dato cuando nos duela, como una muela o la espalda baja. Mientras tanto, le andamos dando vuelo a los datos, consentimos las cookies y checamos las casillas de aceptación de términos y condiciones de cuanto sitio web nos lo exige a cambio de dulcitos, como los africanos cuando les arrebataron su continente. Ni cómo quejarse cuando un día las grandes corporaciones tomen decisiones en nuestro nombre.
Dicen que el dato es el nuevo petróleo de la economía digital. Por todos lados se habla de “sacar ventaja de los datos”, de algoritmos de gran refinamiento que analizan todo tipo de datos (hasta los sentimentales), para influir en la compra de ciertos productos o recomendarnos lecturas o filmes que sean acordes con nuestros hábitos o estado anímico. Waze sabe que tenemos una cita y nos indica la mejor ruta; Uber, según el horario, que vamos a mandar a la abuela de regreso a casa; Amazon nos sugiere lecturas similares a los títulos previos; Facebook nos sugiere amigos e intereses; y todo eso nos parece fantástico. Entonces ¿dónde queda la privacidad?
Solo cuando una empresa extravía los datos que le hemos regalado —bueno, intercambiado si usted prefiere— nos acordamos del derecho a la privacidad del dato como un dolor de muelas. Ah, también nos acordamos en el día de la Privacidad del Dato, es decir, el 28 de enero. Gracias a la conmemoración de marras se dieron cita expertos en el tema en muchas capitales del mundo. De una revisión rápida de algunas de esas discusiones, me queda claro que la legislación en torno a los datos ha tenido que hacer malabares para encontrar un equilibrio entre el apetito de las empresas por acumular cada vez más datos y la necesidad de los individuos de decidir cuanta “privacidad” quieren conservar o “hasta dónde es tantito”.
Si usted es de los que ya porta un wearable que mide su condición atlética, ¿le gustaría que su compañía de seguros tuviera acceso a esos datos? ¿O que la policía supiera en todo momento su ubicación? Si esos datos se combinan con sus hábitos de consumo, sus conversaciones, su estado anímico y su última selfie, estaremos acercándonos a las peores predicciones de la ciencia ficción sobre el control de las personas.
“Conforme más y más datos fluyen de su cuerpo y cerebro a máquinas inteligentes a través de sensores biométricos, será más fácil para las empresas y los organismos gubernamentales conocerlo, manipularlo, y tomar decisiones en su nombre”, escribe de manera escalofriante Yuval Noah Harari en su libro “21 Lessons for the 21st Century”. “Si queremos prevenir la concentración de toda la riqueza y el poder en manos de una pequeña élite, la clave es regular la posesión de los datos”, advierte el multi celebrado autor. Creo que el lunes pasado se reveló qué tan lejos estamos de alcanzar una legislación universal que prevenga caer en una dictadura de los datos, ya sea por parte de un puño de magnates de Silicon Valley o de Gobiernos autócratas.