Broadcom concluyó la adquisición de CA Technologies el pasado mes de noviembre y de inmediato inició el baño de sangre: 40% del personal de Estados Unidos ha sido eliminado y la oficina en México es prácticamente un zombie.
No hubo comunicados oficiales ni ruedas de prensa para explicar lo que vendría a continuación: apenas 15 días después de que CA se convirtiera en una compañía de Broadcoam, el personal de la subsidiaria mexicana fue liquidado, incluyendo a Gerardo Flores, su director general, y al equipo de marketing. Quedaron unos cuantos ingenieros de soporte para atender a la base instalada. ¿Cuántos? No se sabe. Es claro que México no es prioritario en los planes que Broadcoam tiene a futuro.
Quién diría que CA Technologies puede correr la misma suerte que las más de 70 empresas que engulló a lo largo de sus 42 años de existencia. En los corrillos de periodistas se sabía que el destino de las firmas que adquiría era la extinción. Fue a través de su voraz apetito como llegó a convertirse en una de las compañías de software independiente más grandes del mundo, pero nunca fue capaz de digerir el talento que venía con cada adquisición.
Nacida en la era del mainframe, CA era una señora acostumbrada a vivir de sus rentas. Prácticamente la mitad de sus ingresos hasta hoy provienen de las rentas por mantenimiento de sus productos estrella, sin los cuales muchos corporativos —entre ellos grandes bancos— no podrían correr sus aplicaciones core.
Vivir en esa zona de confort le impidió modernizarse a tiempo, a pesar de que había ido incorporando nuevos productos en segmentos candentes como Seguridad, DevOps y Movilidad. En los últimos tres años inició campañas de marketing en torno a la era de las aplicaciones y más recientemente se quiso convertir en “la fábrica de software”, un concepto que también implicaba su propia transformación.
Demasiado tarde quizá. Broadcom dijo al adquirir CA que con ello se convertiría en una “compañía líder en infraestructura”. Todo parece indicar que se convertirá en el destripador que termine finalmente con la vieja señora de las rentas.