Tenía su recuerdo extraviado, justo al lado de los que acumulo de otras vidas laborales. Navegando en la red encontré su nombre recientemente y, en automático, evoqué su voz interpretando “You Rise Me Up”. Con un solo clic pude tener acceso a la música de Josh Groban.
Formo parte de una generación que ha sido testigo de muchas transformaciones tecnológicas. Las hemos ido adoptando y renovando casi sin darnos cuenta.
Cuando era adolescente, era “de avanzada” reunir mis canciones favoritas en un casete que escuchaba una y otra vez en casa o en el Walkman mientras me trasladaba de un lugar a otro.
El drama se armaba cuando se atascaba la cinta. Entonces, había que sacar con cuidado y mucha paciencia la cinta, sin jalones para evitar que se rompiera, y luego, rebobinarla con una pluma Bic.
En aquel tiempo, lejos estaba de imaginar que en el futuro se podría consumir música a través de streaming de audio desde el propio teléfono inteligente. Para 2022, en México, 13.7 millones de usuarios accedían a plataformas digitales y realizaban un pago de manera periódica, de acuerdo con The CIU.
¿Qué hay detrás de los números?
Hoy por hoy, Spotify es la plataforma de acceso a contenidos digitales de audio líder en el mercado, porque suma 75.9% de las suscripciones en México.
A nivel mundial, para el tercer trimestre de 2023, tenía 575 millones de usuarios activos, mismos que pueden elegir entre 100 millones de canciones, 5 millones de episodios de podcasts y 350 mil audiolibros.
“Flowers”, interpretada por Miley Cyrus, fue la cancion más popular en Spotify el año pasado con 1,600 millones de descargas.
En el pasado, cuando una canción se volvía éxito en la radio, se decía que era gracias a la payola, práctica de pagar para que tocaran la música que alguien proponía.
De hecho, el término derivó de la contracción del verbo “pagar” en inglés (pay) y Victrola, marca del antiguo fonógrafo de la casa productora RCA Victor.
Al respecto, la frase que se decía en aquel tiempo era “el que no paga, no suena”. Las disqueras le daban un empujón extra a determinado artista para que sus canciones fueran programadas.
En la época en que intercambiábamos archivos musicales a través de Napster llegué a pensar que los usuarios teníamos el control sobre lo que escuchábamos.
¿Realmente cambió esto con servicios de suscripción como Rhapsody y posteriormente, con plataformas como iTunes, Deezer y Spotify?
Ahora, en tiempos de streaming, ¿cómo funciona el algoritmo que sugiere que uno escuche determinadas canciones? ¿Beneficia a los artistas para que tengan más tráfico en sus canales y que consuman su música? Y, en el mismo contexto, ¿qué sucede con las listas de reproducción?
Algunas las elaboran los equipos de las propias plataformas de streaming para hacer recomendaciones a los usuarios, mientras que otras las crea cualquier persona de manera libre.
¿Hay factores que influencian a quienes elaboran playlists para integrar determinado tipo de música? ¿Qué pasa con el “tráfico artificial” que se lleva a las audiencias?
Pero, sobre todo, ¿qué beneficios tangibles tienen los artistas más allá de que su música llegue a mucha gente?
Hay mucho que pensar al respecto.